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La contaminación que no se ve

Por Dr. Francisco Renick

La música a niveles intolerables, los gritos de la vecina, el perro que no deja de ladrar, el ruido de la mufla de una motocicleta...todos estos sonidos forman parte de nuestra vida diaria, llevándonos en ocasiones al borde de la desesperación y provocando un impacto negativo tanto sobre nuestra salud física como emocional.

Hace algún tiempo escuche una historia que tal vez a algunos de ustedes les pueda parecer familiar. Una amiga decidió ir a uno de los mega bares de las Fiestas de Palmares. Conforme se acercaba, escuchaba la música cada vez más fuerte y sentía como esta hacia que todo a su alrededor vibrara. La música estaba tan alta que difícilmente se podía mantener una conversación con otra persona (por cierto, ¿sabía usted que esta es una estrategia comercial muy utilizada para que los clientes no puedan hablar y se dediquen a comer y a tomar más?). Finalmente, después de varias horas de exposición a estos niveles de ruido, se fue a su casa, llevándose consigo un "zumbido" o "pito" que no lograba sacar de su cabeza y un dolor muy intenso. Al día siguiente consultó a la sala de emergencias del hospital y el diagnóstico fue "trauma acústico agudo" o sordera transitoria.

Aunque el ejemplo anterior ocurrió al exponerse a un ruido intenso durante un periodo de tiempo prolongado, cada día todos estamos expuestos a distintos tipos y niveles de sonidos, muchos de los cuales pasan casi desapercibidos en nuestra vida. Sin embargo, todos son componentes de la contaminación sónica o auditiva, que es el exceso de ruidos o sonidos que alteran las condiciones ambientales normales.

La contaminación sónica no es un problema nuevo ni local, pero si es un problema al cual no se le brinda la atención necesaria. ¿Qué tan grave es? Muy grave.

La exposición constante a los ruidos que nos rodean ocasiona una disminución gradual y progresiva de la capacidad auditiva de las personas, estando esta disminución estrechamente relacionada con la frecuencia y volumen del ruido. Además de ocasionar una pérdida en la audición, los ruidos fuertes pueden provocar otros trastornos, tales como un aumento en la presión arterial y en la frecuencia cardiaca, el aumento en los niveles de estrés, desbalances hormonales y dificultades para dormir. Asimismo, la presencia de ruido puede llegar a interferir en la capacidad de concentración y aprendizaje de las personas, provocando cambios de humor y aumentando los comportamientos agresivos.

Utilizando como ejemplo una motocicleta de 200 centímetros cúbicos, esta es capaz de producir un ruido entre 90 y 95 decibeles. Según los parámetros establecidos por la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. (EPA por sus siglas en inglés), la exposición a ruidos mayores a los 75 a 85 decibeles es considerada como severa, siendo este el caso de la motocicleta, pudiendo producir un daño auditivo a corto plazo no solo en quien la conduce sino también en quienes se exponen a su ruido de manera constante. Asimismo, la exposición es considerada significativa cuando el ruido va de 65 a 75 dB, moderada cuando va de 55 a 65dB y leve cuando el ruido emitido es inferior a los 55 dB.

En el caso de Costa Rica, el país cuenta con una legislación poco clara y permisiva con respecto al tema, en donde la actitud de muchos es "si le molesta salado; váyase o aguántese". Ante esta realidad, y en especial en estos días de celebración, en donde abundan las fiestas, música, bombetas, conciertos y demás formas de festejar, todos debemos tomar conciencia del peligro que el ruido constante y elevado representa para nuestra salud y calidad de vida y para la de quienes nos rodean. Considérelo: tal vez para algunos el mejor regalo en estos días sea un poco de silencio y tranquilidad.

 

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